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Licenciada en Educación ; Profesora de Lenguaje y Comunicación. Actualmente parte del grupo de docentes del establecimiento Claudio Arrau León

jueves, 26 de febrero de 2009

RECUERDOS DE MI INFANCIA

Quizás es uno de los recuerdos de infancia que ha logrado mantenerse con más nitidez en mi memoria, aquellas imágenes que vienen a mi cabeza algunas veces al dormirme y al sentir el aroma de harina tostada, que marcaron la lucha de dos culturas entre las que me desenvuelvo y que influyen totalmente en mí. Mi niñez en la comunidad marca mi identidad como Mapuche.

El olor a humo de raulí, pellín, canelo, de una gran fogata hecha con leña de árboles nativos de la gran madre tierra, se aprecia a gran distancia del lugar sagrado, junto con el sonido de la trutruca y el llamado del kultrun, que nos acompañan en el camino hacia el rewe. Tomada de la tibia mano de mi padre, ya que era apenas una niña de seis años, junto a mis hermanos y mi madre, íbamos rumbo al último Nguillatun que se realizó en la comunidad.

En aquel entonces yo no lo sabía, pero era el último que reunía a los habitantes de Ancacomoe y comunidades de los alrededores, fue el más grande, asistió mucha gente, en un ambiente con aromas humanos de sudor por el baile de tres días, mezclado con el humo de la fogata donde arde un vacuno ofrendado, las comidas de cada ramada, carne de cordero estofado, sopa de vacuno, tortillas al rescoldo, mote, catuto, miel, etc.; y el sudor de los caballos que en interminable trote resguardan el terreno sagrado de los winkas y los malos espíritus.

Como era una niña, sentía cierto temor por la cantidad de caballos que corrían a nuestro alrededor, aunque en las noches eran poco perceptibles, sólo se sentía su galopar a lo lejos y otras muy cerca de donde dormíamos los más pequeños. Al llegar el alba, nuestros padres se acercaban a despertarnos, acercándonos al rewe que desprendía un fuerte olor a canelo y maqui. Allí compartíamos junto a ellos una nueva oración; yo, somnolienta, agarrada a la falda de mi madre y rodeada de gente, escuchaba la rogativa en un idioma que no comprendía totalmente, pero que llegaba a mis oídos y conmovía totalmente mi interior. Al poco rato se siente el olor de harina tostada, y en un instante llegan a nosotros mis primas grandes repartiendo el aromático producto, junto con un fermentado muday, que debemos comer, para reponer energías y comenzar nuevamente otro purrun.

Aún asisto a los Nguillatun y cada vez que siento el olor de la harina tostada, mi memoria me trae aquel día de felicidad, caminando hacia el rewe tomada de la mano de mi padre. Sí, fue el último y el más grande.

UN POCO DE POESÍA